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Mantero

Reflexiones inconexas

La perplejidad que produce la realidad nos obliga a replantearnos desde dónde tiene que partir el necesario análisis. Son más las preguntas que las respuestas, en un escenario agridulce en el cual cuando se logran avances, estos conviven con situaciones incambiadas en el tiempo y por tanto agravadas por la inacción.
El arte como siempre remite a su tiempo, y los artistas y los intelectuales parecen desconcertados ante la avalancha tecnológica, los desafíos de interpretación de una realidad gelatinosa y gélida que los interpela sin las certezas del pasado. El acto de reflexionar es más que nunca necesario, ya sea como simple gesto de resistencia, o como un intento de construcción de parámetros que reubiquen al sujeto como el centro de acción, en un momento del mundo, al decir de Franco Berardi, «dominado por la patología».
Lo que sigue es un especie de collage de opiniones de pensadores, gestores y filósofos que, enfrentados a las problemáticas de hoy, ensayan y construyen pensamiento con el más loable de los propósitos: el de entender a sus semejantes.

Gerardo Mantero

El arte es la más fabulosa historia de la sensibilidad humana. Dicho de otra forma, se puede hacer una lectura de la historia de la humanidad desde la óptica del arte, que en muchos casos arroja una mirada exploradora sobre la condición humana, echando luz a episodios y etapas cruciales de la historia. Se editó recientemente, por Ediciones Banda Oriental, una novela titulada Setembrada, del escritor argentino Eduardo Belgrano Rawson. Esta se sitúa en la guerra que determinó el trágico destino de Paraguay: la guerra de la Triple Alianza. Al respecto del papel del arte decía su autor: «Creo que la narrativa te da una especie de poética instintiva para llegar a bordear terrenos con los que la historia no se encuentra fácilmente. Digamos que la poética recorre caminos que son mucho más elocuentes y demostrativos para saber del espíritu de lo que pasó, que seis tomos de un manual de historia».
Jacques Rancière es profesor emérito de Estética y Política de la Universidad de París VII, y a propósito de su especialidad reflexionaba: «No es posible pensar el arte por fuera de la política ni mucho menos eliminar del nivel político sus aspectos estéticos. Pero esto no quiere decir que una de las instancias se subordine a la otra. En el caso de la literatura, su emergencia como campo específico es indisociable de ciertas ideas políticas que no tienen por qué reflejarse mecánicamente en lo escrito».

Estos dos parámetros —la política y el arte— son las variables a considerar para interpretar los desafíos que plantea la contemporaneidad. Esta intrincada relación es la clave para entender un proceso histórico que desemboca en la realidad de un arte que tiene su validez en reflejar un escenario árido, un páramo donde impera la nada.
Toni Puig es especialista en gestión cultural y uno de los creadores de la nueva imagen de Barcelona. Analizando la crisis actual en su país decía: «Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo en los ochenta, se apostó al comercio de la cultura. Esto se acabó, es el fin del espectáculo, al menos con el dinero público. Yo le doy la bienvenida a la crisis porque obliga a replantear cosas: la abundancia en un viva el espectáculo, el artista más caro, etcétera. Hoy el Guggenheim, y todos los museos del espectáculo, atraviesan una crisis increíble porque no plantean preguntas ni trazan respuestas. Hay una generación de políticos y gestores culturales que apostaron a lo más: lo más grande, lo más novedoso; que están para el geriátrico». Puig luego arremete contra los artistas: «A los artistas les ha importado un carajo la crisis económica y las desigualdades sociales. Solo se hacen fotos en las catástrofes para darse corte, convirtiendo los derechos humanos en una farsa. Ojo, yo amo a los artistas, pero siento que ahora no plantean los temas que preocupan al mundo de hoy. No importa cómo, que lo hagan en abstracto, en realista, en metafísico, pero que lo hagan».
¿Y cuáles serían esos temas? ¿Cuál es el papel que tiene la labor intelectual en la actualidad? El de creador de lenguajes que necesariamente van a ser lecturas de una realidad que lo largan al ruedo tratando de patinar en un lodazar. Ya no existen los grandes relatos para recostarse en ellos ni para legitimar a la especulación intelectual.

Carlos Altamirano es un académico argentino que el año pasado publicó una treintena de ensayos. Estos integran el segundo tomo de Historia de los intelectuales en América Latina. Allí explica: «Las competencias intelectuales se han hecho también más especializadas y hoy difícilmente alguien pueda tomar la palabra y producir la credibilidad que le permita hablar de todo. La idea del intelectual total no tiene el crédito que tenía. El todólogo no es bien visto por los otros intelectuales. Lo que hoy se llama ‘intelectual público’ ya no se reclama como alguien que habla en nombre de un partido, que habla en nombre del pueblo o se instituye en la representación de la clase obrera. Simplemente no sería creído si tomara la palabra».
La gran influencia de los medios de comunicación y el vertiginoso proceso tecnológico derivan en nuevas formas de interacción como Facebook o Twitter, que son utilizadas para establecer relaciones a menudo superfluas, o también como herramientas de denuncia o de incitación a una revuelta popular como lo fue en Egipto y Túnez.
«La mass media modifica el medio. El intelectual es un hombre de la grafoesfera», señala Régis Debray. Cuando aparece la bioesfera, cambia el medio que ha sido por excelencia de producción y circulación. Toda la realidad tanto política como cultural está hoy mediatizada. Esto es parte de lo real y por tanto el intelectual se ve desafiado por esa esfera. En este sentido, el mundo de los medios de comunicación se ha convertido también en un mundo para el debate intelectual, aunque el tiempo del intelectual es más lento que el de los medios. Le preguntaron a Régis Debray si podía definir en dos minutos qué es la mediología. A ello respondió que no podía contestar en dos minutos lo que le llevó dos años pensar y elaborar: «Esta es la gran cuestión con la que se enfrenta hoy el intelectual: cómo escapar al cliché y a la simplificación de la réplica rápida que proponen los medios. No sé si vamos a poder seguir hablando del intelectual, en el sentido de la figura que procede más del siglo XIX y que prosigue en el XX. Tal vez el conjunto de conceptos del cual la noción de intelectual ha surgido cambie y posiblemente tendremos que llamarlo de otro modo».
Según Foucault, el intelectual de izquierda se considera a sí mismo la conciencia del mundo, integrante de una élite apoyada en cierta elevación moral autoatribuida, que en el escenario actual se transforma en un navegante sin rumbo, ya que las líneas del horizonte y las orillas donde llegar se mueven intermitentemente y nublan la visión. ¿Desde dónde se parte? ¿Desde la certeza debilitada, desde la contemplación narcisista, desde la idea de cierta restauración? Siguiendo con el pensamiento de los filósofos, Sandino Núñez dice: «Yo creo que cierto delirio mesiánico es imprescindible para crear una sociedad pacífica». Luego reflexiona sobre el papel de la política: «La política es aquello que tiene que bajar el poder de los dioses a los mortales. Discúlpeme la expresión, parezco un iluminado. Es decir, abajo, en la ciudad de los hombres, la vida del cuerpo social se llena cada vez más de reglas y esas reglas son cada vez más testeadas; son disciplinas, son rituales, son ceremonias: la ceremonia de la cuchillada en la puerta del estadio, la ceremonia de cargarse una mina, la de tener una página de Facebook, la de ser adicto, la fusión de los objetos maravillosos sin la menor distancia. Ese vértigo helado es la democracia de hoy, sin la menor capacidad de dramatizar lo que pasa; no hay ninguna llorona que se tire de los pelos. A diferencia de algo como una ley, que es lo que organiza ese bolonqui».
Se está creando una necesidad de reaprender a leer una realidad signada por la perplejidad que nos produce el «vértigo helado», traducido en la violencia dentro de una cancha de fútbol, en la influencia de los medios y en la incapacidad del gobierno y del resto de los partidos políticos de instrumentar un ley que coloque al Estado en su rol verdadero de administrador de las ondas de patrimonio universal. Es notoria la ausencia de proyectos en lo referido a educación y cultura en nuestro país, en un momento de prosperidad económica y con mayoría oficialista en las cámaras. En un reciente reportaje a Óscar Botinelli en el semanario Brecha, el politólogo expresó: «La educación es un tema clave, central para la izquierda, y la noticia de esta semana es que el Frente Amplio se va a poner a pensar qué hacer. La izquierda hace décadas se considera vocera del sistema educativo y pasó todo un período de gobierno discutiendo cómo se organiza la enseñanza y recién ahora se va a poner a ver qué hacer. Ese es un mensaje desilusionante para la gente. Porque una cosa es que no me salga lo que estoy haciendo, pero otra cosa es que todavía no sepa qué hacer».
Seguramente de este complejo entramado de problemáticas hay que extraer las claves para entender un escenario móvil que por momentos no muestra su cara sofisticada, y que paralelamente no puede ocultar una situación de descomposición.
Tal vez la génesis de lo sucedido en el Salón Nacional —más allá de los errores puntuales, tanto de forma como de gestión— tenga que ver con esta realidad que nos sacude y que nos puede hipnotizar dejándonos inmóviles ante la caja boba.

Círculos concéntricos

En el ámbito de las artes plásticas, el 2007 se va a recordar como un año excepcional. Se escucharon visiones que ponían énfasis en la perspectiva de las políticas culturales, se invocaron a los grandes popes del pensamiento académico, y un grupo representativo de artistas se pronunció en relación al nombramiento de la dirección del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), para finalmente reunirse y discutir sobre la problemática desencadenada en el nuevo escenario. Se polemizó sobre las distintas tendencias del arte contemporáneo y se quebró la pereza intelectual que ha caracterizado durante décadas a nuestro ámbito cultural. Se encresparon las mesocráticas aguas de un país asordinado. Pero lo que en principio se ve como un hecho positivo, encierra dilemas que tienen que ver con expectativas defraudadas y con una realidad cultural enfrentada a desafíos conceptuales en la lucha constante por su supervivencia.

Gerardo Mantero

Uno de los hechos relevantes fue la polémica de alto voltaje académico que protagonizaron con rigurosidad el profesor Juan Fló y el director del Museo Blanes, el arquitecto Gabriel Peluffo. La polémica se desarrolló en un medio masivo de comunicación (el semanario Brecha, una bienvenida novedad); se discutió sobre la pertinencia de dicho debate y, consultados en aquella oportunidad los responsables de las páginas culturales de Brecha sobre la dimensión de la polémica, se nos respondió que la misma tuvo una repercusión asombrosa. Esto evidencia la necesidad de debatir sobre temas relacionados con la cultura, ya que es de un espacio inasible —en el cual se confrontan opiniones, se plantean teorías y se ensayan explicaciones— de donde emergen la reflexión y sus resultados.
Existen otras razones que explican la génesis de esta discusión. Así lo explicitaba Fló en unas de las primeras entregas: «En primer lugar, quiero insistir en mi principal supuesto: para tomar posición sobre el arte contemporáneo, es indispensable explicar cómo ocurre en unas pocas décadas una transformación tan dramática como la que han sufrido las artes visuales. En ellas lo visual queda subordinado a la interpretación hasta el punto de que hay casos en los cuales ver una obra no es necesario sino inoportuno, porque la representación de la misma es menos sugerente que su análisis conceptual. El carácter radical de ese cambio, que rompe con la entera historia de la humanidad, no solamente es sorprendente sino que además asombra que haya podido aceptarse con tan poco combate y esa apatía es evidente sobre todo en nuestro medio provinciano, como si se tratara de un fenómeno de la naturaleza». El puntapié inicial de esta y otras polémicas comenzó a partir de una nota titulada La edad de las preguntas —firmada por Tatiana Oroño—, donde se solicitaba a determinados actores culturales una opinión acerca del relevamiento de Ángel Kalenberg por Jacqueline Lacasa. Este nombramiento emergía como la punta de un iceberg y desnudaba la falta de una política definida en relación a la gestión museística, la carencia de transparencia en el tema de las designaciones (justificadas por la figura del cargo de confianza), y un cierto nivel de improvisación privilegiando la capacidad de gestión por sobre los contenidos.
Sin embargo, la polémica se canalizó hacia temas más sustanciales y menos coyunturales, como la existencia de un arte canónico y su relación con el sistema hegemónico mundial. Al respecto, Peluffo reflexionaba: «la teoría de canon como modelo único es inviable por la sencilla razón de que este modelo centralista no pudo sobrevivir históricamente, ya que resultó contradictorio con la lógica dispersora del sacrosanto sistema de mercado». Las posiciones encontradas de ambos teóricos suscitaron adhesiones, rechazos y réplicas. No deja de ser un espectáculo sorprendente que desde las artes plásticas emergieran miradas que hablaran del arte y su contexto histórico, cuando lo usual era no involucrarse en esas honduras por miedo a transgredir los límites de alguna chacra, ya sea por ignorancia, o porque es más rentable reproducir los modelos de los centros de poder.
Ya instalados en este círculo de interrelación arte-sociedad, se citaron sociólogos de gran prédica, como la recurrente mención de la directora del MNAV a la figura de Zygmunt Bauman. El aporte del sociólogo polaco ha sido analizar la interacción del mundo actual con la primera modernidad. «El poder de licuación —afirma en Modernidad líquida— se ha desplazado del sistema a la sociedad y de la política a las políticas de vida: ha descendido del macro nivel al micro nivel de la cohabitación social». A partir del paradigma de lo líquido, Bauman se dedica a analizar las relaciones laborales, familiares, pedagógicas, y hasta las relaciones amorosas en un mundo sin certezas, donde la incertidumbre y la perplejidad que nos plantea la realidad imponen una lógica forzada a flexibilizar las relaciones de toda índole. El sociólogo plantea una mirada crítica sobre el sistema y sus consecuencias en su libro Vida de consumo: «Hoy, los seres humanos, convertidos en consumidores, son a la vez, objetos en venta: luchan por cotizarse mejor, prolongar su fecha de vencimiento y seguir consumiendo». Cuando Lacasa plantea la idea de museo líquido, exige un museo que esté en consonancia con los desafíos de su época. El tiempo dirá cómo se ve reflejado el pensamiento de Bauman y en dónde se pone el acento.
Otra polémica que involucra a otro referente de la sociología fue motivada por un artículo de Inés Moreno en el periódico La Diaria, en el cual a partir de la Teoría de los Campos del sociólogo Pierre Bourdieu, Moreno extrapolaba la teoría a la realidad a propósito de la relación arte-poder. Allí denunciaba que un grupo de actores culturales uruguayos estaban acumulando y transfiriendo poder en beneficio propio. Bourdieu sostiene que todas las relaciones sociales están determinadas por un sistema de dominación y son manifestaciones de fuerza. García Canclini interpreta de esta manera el basamento del pensamiento de Bourdieu: «Una de las preguntas que se hace y que va dirigiendo todo su trabajo es cómo, a través de las estructuras simbólicas y estructuras ideológicas-culturales, las clases hegemónicas construyen la legitimidad de su poder. Y no solo construyen la legitimidad sino que, como él dice, eufemizan el poder, lo disimulan, difiriendo y desplazando a un lugar simbólico la explotación o la opresión económica». El estilo directo y jugado de Inés Moreno, señalando con nombre y apellido a cada uno de los actores, es una de las particularidades que nos dejó el año. Se puede estar de acuerdo o no con ella, pero no se puede negar que es una de las pocas excepciones en que la mirada crítica involucra una visión que trasciende el proceso de legitimación de artistas o del nuevo mercado de curadorías que tiene al Estado como principal proveedor (con todo lo que ello implica). Las respuestas no tardaron en llegar, y Pablo Thiago Rocca, en una nota que titula «Monsieur Bourdieu, descanse por favor», acusa a Moreno de manipular la teoría del francés «para salir de cacería» y luego pasa a explicar a partir de cuáles procedimientos ocupa —Thiago Rocca— un determinado lugar en el concierto de la plástica nacional.
Desde la crítica en general, poco o nada se dijo de la carta que más de cien artistas publicaron en los medios —sí tuvo mucha repercusión en otros estamentos de la prensa— en repudio de cómo se estaba tratando el tema de la designación de la nueva dirección en el MNAV, y a la falta, una vez más, de políticas culturales dirigidas a esa área. Además, un número importante de esos firmantes se reunieron semanalmente por más de seis meses para tratar las problemáticas que acuciaban a los artistas de una disciplina tan rica históricamente como huérfana de apoyo. Quien escribe estas líneas participó de dichos encuentros, que en principio tienen el gran mérito del esfuerzo hecho por individuos que, por las características solitarias de su hacer, no están entrenados en el ejercicio colectivo. A muchos de los que participamos nos dejó el recuerdo de valiosos aportes tanto en el acuerdo como en la discrepancia. En el transcurso de ese proceso se logró tener una entrevista con el ministro de Cultura, el ingeniero químico Jorge Brovetto, y se concretó la formación del sindicato Unión de Artistas Plásticos y Visuales. Y para terminar este rápido racconto de un año tan particular, sobre el fin del 2007 se realizó el Encuentro Regional del Arte, concebido por Gabriel Peluffo. Más allá de los resultados finales de este ambicioso encuentro, la ciudad se vio movilizada por la frenética actividad realizada en instituciones privadas, museos nacionales y municipales. Se intervinieron monumentos y aceras, participaron diez países y se sucedieron charlas, seminarios, talleres y mesas redondas.

Desencuentro progresista

La pregunta que se impone es: ¿qué fue lo que suscitó este clima de discusión y movilización? La primera aproximación que se puede hacer nos direcciona al terreno de la política. El advenimiento del primer gobierno del Frente Amplio (FA) y su tradicional relación con la cultura despertaban expectativas de todo tipo —algunas desmedidas y otras menos ambiciosas—, pero todas esperanzadoras de que de una vez por todas, la cultura ocuparía el lugar que le corresponde por su vital importancia y relevancia histórica. Pero rápidamente se dieron señales de que la cultura no sería privilegiada en la «agenda política» del gobierno. Al decir de García Canclini: «la cultura no solo representa la sociedad; también cumple, dentro de las necesidades de producción de sentido, la función de reelaborar las estructuras sociales e imaginar nuevas».
Los primeros síntomas de esta repetida situación de otorgarle a la cultura un lugar secundario, los mostró el gobierno cuando nombró al ingeniero Brovetto, encargado paralelamente de la presidencia del FA, como ministro de Educación y Cultura (MEC). Un ministerio que no solo tiene la responsabilidad de atender estos trascendentes temas, sino que además le corresponde administrar las fiscalías de todo el país, las bibliotecas, los museos, los derechos de autor, los derechos humanos, etcétera. Es indudable que se privilegió la ingeniería política que asegurara la gobernabilidad, mucho más cuando la composición del partido de gobierno contiene a distintas corrientes filosóficas y políticas (diversidad que es su seña de identidad y parte sustancial de su riqueza). Por tanto, esta lógica, si bien es entendible —cualquier gobierno tiene que administrar sus equilibrios internos—, se contradice con la intención de una fuerza política que desde su gestación se propuso un cambio sustantivo en la sociedad: tener la capacidad de no caer en la vieja dicotomía de contraponer las necesidades básicas (la panza llena) con la incidencia social de la cultura. Es el mismo gobierno que antes de su asunción supo contestar con hechos a las críticas que reclamaban mirar para adelante (la marcha de la economía) y no para atrás (en el tema de los derechos humanos). Dilemas de «falsa oposición», diría Vaz Ferreira, que están muy enraizados en nuestra sociedad.
Recientemente se cumplieron tres años del actual gobierno y ni la prensa ni las principales figuras del poder ejecutivo se refirieron a las políticas culturales. Sin embargo, Tabaré Vázquez fue el primer candidato en la historia que antes de asumir, se reunió con la gente de la cultura en el teatro El Galpón. En esa reunión se comunicó lo que sería el programa de gobierno referido a la cultura. Se habló de la preocupación por profundizar en la cultura como derecho de todos los ciudadanos; de la promoción de la diversidad cultural y la identidad nacional; de cumplir con los deberes de generar las condiciones para el trabajo artístico y de atender los niveles de ocupación y seguridad social de los hacedores culturales. También se hizo especial hincapié en el anuncio de lo que sería una gran Asamblea Nacional de la Cultura. Lo que en principio significó un hecho inobjetable, como el de instrumentar espacios de participación a través de esa asamblea, dejó lugar a la duda sobre el mecanismo utilizado para ocultar la falta de proyecto real. Las reuniones preparatorias en Montevideo demostraron que el temor era fundado.
Cuando se convocó a los artistas visuales de la capital del país a la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM), el procedimiento elegido fue —ante una escasa y poco representativa concurrencia— darles la palabra a los asistentes sin plantear los grandes temas que afectaban al área ni comunicar las líneas del programa de gobierno. El tema de la representatividad en materia cultural se transforma en un hecho más complejo que en otros campos, por el peso de algunas personalidades que a su vez, pueden ser o no representativas en un escenario tradicionalmente fragmentado (u otras que sí responden a grupos y allí el Estado tiene que calibrar que esa influencia no conlleve un riesgo corporativo).
El MEC, preocupado por la necesidad de un nuevo diseño institucional, organizó el Seminario Institucional Cultural en el Uruguay. Asistieron figuras vinculadas a la administración cultural de México, Chile, Colombia y España. En todos estos países se había adoptado el formato del Consejo de la Cultura y las Artes; uno de los modelos que despertó mayor interés fue el chileno, instrumentado a partir de una compleja arquitectura que buscaba la representatividad y la independencia simultáneas. Agustín Squella (integrante de dicho consejo en Chile) explicaba el procedimiento que se utilizó para la selección de los agentes del mundo cultural: «son cinco personalidades del mundo de la cultura, representativas y no representativas de ese mundo, lo que es importante para despejar la cuestión del corporativismo. Si bien son designadas por el presidente de la República, lo son a propuesta de las organizaciones culturales del país, que a su vez no son cargos de confianza del presidente. En consecuencia, cuando se discute un tema importante en el directorio, no tienen que preguntarle al presidente de la República cómo han de votar; son enteramente independientes».
Más allá de que se puedan o no trasladar estos ejemplos, y de que en cualquier lugar del mundo —como fue expresado por el representante español— es dificultoso encontrar a figuras que estén a la altura de esta exigencia de ecuanimidad, sabiduría y honestidad que plantea el desafío, cualquier convocatoria que pretenda nuclear agentes culturales tiene que tener en cuenta estas y otras variables que aseguren la viabilidad del mismo. Justamente, para que no vuelva a pasar lo que decidió la IMM cuando envió a la Asamblea Nacional de la Cultura a representantes de los centros comunales, más algunos integrantes del Departamento de Cultura.
Se nos podrá decir que este intricado mapa de la situación es una realidad infranqueable y que nunca se podría llegar a concretar un espacio genuino de participación de los distintos actores. En principio, este encuentro requería de otro marco preparatorio y tal vez no se calibró el tiempo necesario para que existiera un conocimiento mutuo de los involucrados. Parte del problema radica en las instancias de una secuencia que debiera haberse iniciado en los partidos políticos con el asesoramiento de gente de reconocida idoneidad en el tema. En el caso de la izquierda y la cultura, los insumos sobraban: la mayoría de los productores, teóricos, instituciones y hasta empresas culturales son de filiación progresista, aunque muchos de estos alineamientos políticos no implican una militancia o adhesión a algunas de las fracciones del FA. La fuerza de izquierda optó finalmente por privilegiar a los actores que figuraban en las filas de algunos de sus sectores. Se dice que gobernar es administrar intereses contrapuestos, pero en este caso lo deseable sería compatibilizar entre los legítimos derechos de los que bancan las estructuras políticas con los aportes sustanciales de personalidades, colectivos, gremios e instituciones que —por su experiencia y riqueza intrínsecas— puedan aportar en la dirección de un cambio real. Si este proceso se hubiera cumplido, seguramente no se tendría que constatar el grueso error en el área artística que nos ocupa: ningún poder estatal puede incidir en la creación artística privilegiando a una tendencia, cualquiera ella sea.
El proyecto Plataforma, que se desarrolla en la sala San José del Ministerio de Cultura, es prueba de ello: la lectura de la programación deja constancia de una opción marcada hacia el llamado arte contemporáneo, tendencia que también se viene promoviendo desde hace un tiempo en las salas de la IMM. Las personas elegidas para administrar salas y proyectos son agentes representativos de dicha corriente (críticos, artistas, curadores) y sus nombres se reiteran tanto en el ámbito público como privado. Sin partitura a ejecutar, se les brinda espacios a actores que demuestran empuje y capacidad de gestión y luego se improvisa un discurso. En este caso —y según las declaraciones de jerarcas de la actual administración— es una política que incentiva la innovación, la experimentación y a los jóvenes a la luz de una discusión acerca de la definición de un arte actualizado o un arte perimido.
Es así que desde el Estado se recorre un camino incorrecto y tremendamente resbaladizo, pues si pensamos en la historia de una disciplina surcada por transformaciones drásticas, estas imposibilitan determinar lo nuevo en el arte (es bueno recordar aquella máxima: «no nuevo sino de nuevo»). Cualquier proceso de consolidación de un lenguaje contiene una búsqueda experimental y resulta en una nueva iconografía única por su singularidad intransferible. En ese tránsito poco importan los soportes o las formas elegidas por los artistas para su concreción. A esta altura conviene hacer una disquisición entre dos problemáticas que se relacionan pero que son de naturaleza distinta: un tema es el papel del Estado con respecto a la creación, y otro tema son las discusiones acerca de las tendencias o formas de interpretar el llamado arte contemporáneo. Trazar en materia de arte una línea recta que involucre a lo innovador con la edad de los creadores es por lo menos ignorar la lista interminable de grandes obras realizadas por artistas en edad madura (Figari empezó a pintar a los 54 años, Picasso tenía 64 años cuando creó el Guernica). Picasso opinaba al respecto: «Uno se hace joven a los sesenta años. Desgraciadamente es demasiado tarde». Si lo que se quiere es facilitarles a los jóvenes un merecido espacio, se pueden instrumentar procedimientos que no contengan confusiones conceptuales. Lo que no es nuevo es la falta de políticas culturales dirigidas hacia las artes plásticas, y en esto tiene incidencia otra variable perversa en relación a los cambios sustantivos presentes en la sociedad: la lógica electoral, sus costos y beneficios. Por un lado, en el ámbito de la cultura, la izquierda tiene una gran cantidad de votos cautivos, y por otro, las problemáticas culturales —salvo inauditas excepciones— no ocupan los primeros planos de la información. Partiendo de esa realidad, las disciplinas que tienen mayor capacidad de convocatoria sí son privilegiadas porque se puede obtener cierto retorno. El carnaval es un claro ejemplo. El apoyo oficial es desmedido cuando esta manifestación cultural cuenta desde el vamos con una gran adhesión popular (ganada en buena ley) y que, por lógica del mercado, tiene a muchas empresas que lo apoyan.
Las artes plásticas no generan ni costos ni beneficios. Siempre han sido, para el poder de turno, una flor en el ojal, una cita obligada en el inoperante ámbito de la diplomacia, y un espacio que deja librado a lo que puedan hacer los asesores que dirigen las salas del Estado sin preocuparse de que esta pieza calce en el engranaje. Lo nuevo hubiera sido instrumentar políticas que tengan claros valores y funciones, como los que contiene la Convención de la Diversidad Cultural (tratado firmado por Uruguay), que promueve la solidaridad, el respeto mutuo, la equidad y la accesibilidad a la información, a la memoria, al conocimiento y a la creatividad. La función que tiene que tener el Estado con respecto a la creación, es velar por su desarrollo, incentivar a los creadores instrumentando marcos referenciales, consiguiendo fondos tanto propios como en asociación con los privados. Por otro lado, es un acierto de esta administración la concreción de los Fondos Concursables y, con algunas salvedades, la Ley de Mecenazgo y Patrocinio. Es la misma actividad aceitada y potenciada que va dar sus frutos y que seguramente va a responder a la diversidad que ostenta este territorio, producto de las influencias de distintas culturas que incidieron en nuestra configuración de país abierto al mundo.
Es cierto que son cada vez más complejas las problemáticas que tienen que enfrentar los gobiernos con respecto a la cultura. La fragmentación social hizo trizas aquel escenario cultural hijo de una clase media y de una educación extendida. La globalización y sus consecuencias; la influencia que ejercen los países centrales en los de la periferia; el acceso a los bienes culturales; el cuidado del patrimonio; la economía de la cultura con sus especificidades y el rediseño que requieren las instituciones públicas como privadas, comenzando por la existencia de un Ministerio de Cultura (a secas) que lidere y administre estos desafíos. El futuro obliga, nos interpela a todos. También requiere, de parte de los hacedores culturales, otro compromiso: nos compete un porcentaje de la orfandad que históricamente han tenido las artes plásticas (el esperar sumisamente lo que otorgan las autoridades de turno o nuestra incapacidad endémica para instrumentar colectivos que a su vez dialoguen con el poder político). En definitiva, el «sálvese quien pueda» siempre incide en los resultados. Las políticas culturales tienen como destinatarios a la gente, no a los artistas e instituciones, pero estos siguen siendo un factor determinante. Sin creadores no hay cultura. Su participación en la instrumentación de las políticas las legitima y las efectiviza. Porque los productores de hechos culturales son parte de la gente, son generadores y destinatarios a la vez, y también cumplen la función de «reelaborar las estructuras sociales e imaginar otras nuevas».

Gerardo Caetano

Pinceladas sobre Gerardo Mantero

Es más que frecuente en GM tomar como centro representativo la figura humana. Lo hace de manera crítica, socarrona, expresiva. En su arte proyecta líneas entramadas, elementos imprevisibles, trazos que denotan impulso, grafismos. Es un dibujante que utiliza el color de forma expresiva; son colores lanzados, de manera cesuda e imperiosa, a la superficie (a veces superpuestos), como trazos o goteos con una textura especial. Cuentan que se crió en un Pocitos barrial. Jugaba al fútbol en Viejo Pancho y Obligado. Marco Maggi (quien realiza un texto sobre él para un catálogo del MNAV) narra que se juntaba a dibujar espalda con espalda junto a GM en un restaurante de la calle Ellauri: “Dibujábamos, como siempre, para nada y para nadie” . Compartían tertulias en un ambiente vinculado a la popular, el teatro independiente y la Cinemateca Pocitos. Mientras tanto Mantero se formaba: frecuentó los talleres de Hilda López, Dumas Oroño, Guillermo Fernández. Hizo diseño gráfico desde los años 80. Editó con Domingo Ferreira la Guía de Información de la Ciudad de Montevideo. Desde 1998 codirigió y editó la revista de Socio Espectacular, comenzó en el 2008 junto a Oscar Larroca la revista La Pupila, la que marca un hito ininterrumpido de crítica en información cultural y plástica en nuestro medio (tan premiada como leída). Mientras tanto GM viajaba por el mundo, realizó exposiciones en el extranjero y escenografías teatrales y carnavaleras.

Es una artista que genera su trabajo plástico junto a un frenesí de investigación ampliada hacia el trabajo de otros, difundiendo siempre pensamiento crítico.

Nació en 1956. Investigador sensible del discurrir nacional y antena atenta del mundo, pertenece a una generación necesariamente reflexiva.

Verónica Panella

Manual de (des) instrucciones

La muestra “Estado de Situación” transita por una singular galería de la obra reciente del artista visual Gerardo Mantero (Montevideo 1956), habilita por elementos fundacionales del imaginario nacional (la “garra charrúa, el modelo vareliano, la “Suiza de América” del Uruguay batllista) y los posibles desgarros que evidencia actualmente esta construcción. Con un vigoroso lenguaje expresivo que conjuga reflexión, desencanto y una breve cuota de ironía, la obra problematiza el relato de un posible Uruguay “de manual” y las sucesivas sustracciones que dan lugar a una inquietante instantánea, entre ajena y nostálgica, del modelo original.

Las piezas visualizadas acaban por resolver así una dimensión del sueño jungiano en el que un espacio familiar presenta un sector inexplorado, del que hasta el momento nada se sabía. El hecho artístico, sintetizado en el permanente riesgo de transitar al filo de la figuración y la abstracción, favorece la tensión limítrofe, así como la apertura de grietas habilitan al espectador a dimensionar críticamente el modelo que parece añorar. Hablamos de explosiones y de cosas que saltan por los aires, en términos analíticos, por parte de un creador que se autodefine “un artista conceptual que trabaja sobre la pared”. Sin embargo la gráfica de Mantero no necesita de estridencias ni “efectos especiales” para hacerse oír, circunstancias que en el actual mundillo de la espectacularidad visual vaciada de contenido no resulta una hazaña menor.

Pablo Thiago Rocca

Mantero y su manto (de dudas)

La pintura de Mantero es, como la de Figari, una pintura de ideas, y si bien no es una obra memoralista adopta una postura frente al pasado, no se queda en formalidades, discute y crítica el presente, como también lo hacia Figari en los múltiples ámbitos de su prédica. En el otro plano, en el formal-artístico, Mantero no desdeña el fuerte colorido, ni los recursos expresivos cercanos al infantilismo, esa manera lúdica de crear que es innovadora y provocativa al mismo tiempo, que puede ser visceral y matérica, dubitativa y juguetona.

Domingo Ferreira

El riesgo lírico

A mediados de la década del 80 conocí los dibujos de Gerardo Mantero y me llamó la atención el estilo suelto y descontraído con que elaboraba sus imágenes. Un riesgo lírico, propio de los que toman su tarea con la audacia silenciosa e imperturbable de los volatineros sobre la cuerda tendida en el vacío. Ese rasgo de carácter artístico lo ha seguido manteniendo en su pintura y uno tiene hoy la impresión, frente a su obra actual, de estar ante una aventura personal extrema.  Testigo de un ceremonial de tauromaquia. Riesgo, peligro, juego, estilo, arte.

Luis Bravo

Fúlgido Ritmico Abstracto – (servido en finas capas lúdico-críticas). (2010).

Gerardo Mantero (1956) pertenece la generación de los 80, lo que nos es un simple dato sino su primera condición a considerar. Su estreno en exposición colectiva fue en 1980, su primera muestra individual ocurrió un año después en la Alianza Frencesa, por lo cual la actual “Condición Humana” viene a celebrar en ese mismo espacio cultural-aunque sin proponérselo- el trayecto de 30 años de generosa labor en las artes plásticas: pintura, ilustración, diseño gráfico, arte correo y muralismo, escenografías, más la fundación de revistas y su gestión cultural. Cuando joven a esta generación (y uso el término a conciencia) le cupo urdir y rehacer los vínculos interculturales cortados por la represión dictatorial. Sólo por el hecho de ser jóvenes fueron vigilados y perseguidos por el régimen militar primero, y de inmediato rezongados (a veces castigados por la censura y el ninguneo) por desobedecer a sus mayores durante el período de la restauración culturosa (1985-1990), de aquel doblemente tutelado regreso a la democracia. El activismo en la resistencia cultural, así como la posterior (y honrosa) acusación de trasgresores, dio sus frutos. Estos /as artistas-principalmente plásticos, poetas y músicos imbricaron sus lenguajes en escenarios y publicaciones-produjeron con axiología propia, superando anteojeras ideológicas y genéricas (en todos los sentidos) ante un contexto paralizado por la ignorante arrogancia del poder, por el miedo, o por funcionamientos autoritarios que resolvieron disolver. Marcados por cierto idealismo de horizontalidad comunitaria-nadie es perfecto-lo bailado en esa década les dio el necesario temple para ser ellos mismos. De ahí que sus trazados creativos sigan siendo desafiantes, heterodoxos, internacionales, pelones, sustanciosos, en busca de su “máxima máxima”: el valor de la búsqueda artística en sí misma entre los otros.

Hoy esa generación entró con todo su caudal de experiencias en la treintena de su trayectoria productiva, algunos de sus integrantes son quienes otra vez se rebelan-equivocaos o no, pero lúcidos y polémicos- contra nuevos corsés canónicos, máxime si se viene de la mano de un invasivo fotocopiado de los centros hegemónicos. En medio de la sordera que provoca el ruidaje neo-global estos artistas se empecinan en crear contracorriente, así como calibrar los parámetros estéticos de un entrono desdibujado por lo el embate inmediatista, reaccionario a la reflexión.

No es casual entonces que dos cogeneracionales como Gerardo Mantero y Oscar Larroca codirijan, una revista de crítica como “La Pupila”, en cuyas páginas la discusión está abierta, así nuestra propia historia del arte comparece resignificando el presente.

Luis Vidal Giorgi

Desde la línea al mundo. (2012)

En Gerardo Mantero encontramos el dibujante nato, cuyo pensamiento se justifica y desenvuelve rizomáticamente en el recorrido de la línea. La línea crece, se madeja, se entrama y vuelve a crecer diluyéndose en una urdimbre casi líquida sin dejar de sugerirnos rastros de figuras que nos circundan y que forman el aspecto más inquietante de esa trama, su arista de confabulación acechante. Pero a su vez esa visión caligráfica, de lo que nos rodea en el Uruguay siglo XXI, se presenta en un despliegue ondulante de colores tan vibrantes en su combinación que nos distrae de ese registro y por momentos podemos confundir el testimonio distanciado con indiferencia lúdica, pero a medida que nos acercamos, atraídos por el color, esa tensión entre la agradable sinestesia colorida y las figuras disecadas en un paisaje urbano desierto de espiritualidad se resuelve en favor de la aridez en esos comportamientos en la trama social, y se instala el alerta en nuestra mirada, tal como puede serlo hoy en una calle cualquiera de la ciudad incierta.

Pilar González

Lo que muestra el espejo (2012)

Es posible concluir que el sentido de lenguaje de Mantero se encuentran una confluencia de elementos que fue trabajando de forma aislada hasta que llegó el momento que los encastró y los puso a funcionar como un todo: zonas matéricas y texturadas, otras de pintura que aplica de manera fina y plana, líneas enmarañadas y en relieve que atrapan a hombres y mujeres dibujados, líneas que cobran espesor se despegan del plano y encierran la obra por los cuatro costados, fondos recorridos por dibujos pequeñitos, muchedumbres, figuras colocadas en planos más cercanos, el blanco y el negro, las tonalidades vibrantes, lo estático y lo dinámico, los silenciosos personajes marchando, el ruido rechinante de algunos colores, elementos que van acercando al ojo o alejándolos de él, personajes en los que pone el énfasis o aquellos que lo hace desaparecer al colocarlos de manera de no generar ningún foco de interés porque este radica en la totalidad.

Mantero se vale de lo técnico, que ya es su aliado y lo pone al servicio de un estado sensible que se expresa a través de ese mundo imaginario de sueño, donde permanentemente aparecen datos que, a pesar de no ser ajenos a nosotros, igualmente resultan francamente perturbadores.

Marco Maggi

Desde la punta seca a la inundación (2012)

A fines de los años setenta, nos juntamos con Gerardo a dibujar en la trastienda de Maxwell, un restaurante de la calle Ellauri. Dos mesas apoyadas en paredes paralelas nos permitían trabajar dándonos la espalda. En medio del apagón general, compartíamos grandes amigos vinculados a la música popular, el teatro independiente y la Cinemateca Pocitos. Dibujábamos como siempre, para nada y para nadie. La mayor preocupación de Gerardo era-y es- recomponer, zurcir, hacer compatible elementos imprevisibles; mejorar la convivencia en la vida y en el papel. Uniendo contrarios en reuniones poco previsibles: tramas y traumas, abstracto o desfigurativo; gran gesto o detalle indigesto. Junta lo lento y lo violento porque el plan es el accidente desde la punta seca a la inundación. Evasivo incisivo amortigua en gran formato o estimula en pequeña escala, a todo color, en blanco y negro. Estampa y estampida.

No solo hermana dicotomías extremas sino que prevé estaciones intermedias que nos alejan de todo calvario o matiz intolerante. Caótico y destilado, curado y perturbador logra armonizar lo irreconciliable.

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