Arte y sociedad///

/// Desde la fóvea

 

La política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos

Dónde y cuándo se discute lo esencial

La necesaria interpretación de los cambios que se producen vertiginosamente a nivel planetario, más los desafíos de un país que, si bien mejora algunos indicadores (empleo, disminución de la pobreza), no logra superar las patologías sociales emergentes de la ruptura social, requieren la creación de un nuevo escenario que supere el divorcio existente entre el pensamiento y la praxis política. Es imperioso pasar de los planes de emergencia, a instancias donde se persiga el objetivo de crear un proyecto de país, dándoles a la educación y la cultura la centralidad necesaria, que permita superar la “ghuetización” territorial y espiritual.


Gerardo Mantero

La civilización occidental está viviendo una crisis de sentido, que agudiza la búsqueda de nuevos significados y evapora la idea de que el futuro va a ser mejor. Existen dos factores que pautan el estado de situación del presente: el vértigo que imprime la innovación tecnológica y la ruptura con el pasado. Las sociedades se “futurizan”; la gente compra a crédito su futuro, teniendo como única certeza que lo que hoy tiene vigencia y utilidad, inexorablemente va ser obsoleto en muy poco tiempo. El filósofo esloveno Slavoj Žižek* se refiere al tema: “Para caracterizar nuestra situación, económica y política, ideológica y espiritual, no puedo dejar de recordar una historia probablemente apócrifa. Se trata de un intercambio de telegramas entre los Estados alemán y austriaco durante la Gran Guerra. Los alemanes habían enviado un telegrama a los austriacos diciéndoles: «Aquí la situación en el frente es seria pero no catastrófica», y los austriacos respondieron: «Aquí la situación es catastrófica pero no seria». Y eso es lo catastrófico: no podemos pagar las deudas pero, en cierta forma, no lo tomamos en serio. Y además de ese muro de deudas, la época actual se acerca a una suerte de «grado cero». En primer lugar, la enorme crisis ecológica nos impone no continuar en esta vía político-económica. Segundo, el capitalismo, como sucede en China, ya no está naturalmente asociado a la democracia parlamentaria. Tercero, la revolución biogenética nos impone inventar otra biopolítica. En cuanto a las divisiones sociales mundiales, crean las condiciones de explotación y alzamientos populares sin precedentes. La idea de colectivo también se ve afectada por la crisis”.

Este escenario de extrema complejidad plantea la dicotomía que implica crear pensamiento a partir de coordenadas inciertas e inasibles por momentos, y la necesidad vital de repensar las sociedades para adueñarse, en cierta forma, de ese futuro de ciencia ficción que las puede arrastrar caprichosamente, para dejarlas en el lugar exacto al cual no querían llegar.

 

La vida en guetos

Nuestro país sufrió un proceso de deterioro social que tiene como máxima expresión dos períodos recientes: la década de los noventa y la crisis de 2001. En un Uruguay con serios problemas en su constitución poblacional, se consolidaron cuatro fenómenos paralelos que han erosionado definitivamente el entramado social: los cambios en el mercado de trabajo, en la constitución de la familia, en la educación y sus consecuencias en la relación de convivencia ciudadana. El cambio en la estructura productiva determinó la pérdida de 90.000 puestos fabriles y la ruptura con la cultura obrera. (Estos trabajadores migraron en el mercado en condiciones de alta fragilidad y precarización del trabajo). Y también modificó el mapa de las ciudades, teniendo su máxima expresión en Montevideo. El sociólogo Gustavo Leal así lo explica: “… se generó un proceso de ocupaciones de tierra promovidas por las organizaciones sociales de izquierda, que a la larga se convirtió en un boomerang para la integración social. Sobre la utopía de generar focos de poder en base a la ocupación de tierras, se abrió la ciudad hacia frentes que estaban desprovistos de servicios y lo que se generó fue una multiplicación de ghettos”.

La fiesta neoliberal tuvo su máxima expresión en el gobierno de Menem –cuando se acuñó la frase “pizza con champagne”–, con el auspicio del Fondo Monetario Internacional (y tuvo su versión “a la uruguaya” fundamentalmente en los gobiernos de Lacalle y Batlle). Por otro lado, las dificultades de interpretación del proceso que determinó la caída del muro de Berlín, por parte de la izquierda, ejemplifican una de las problemáticas a la hora de crear pensamiento. Lo que además tiene que ver con las ópticas dogmáticas, que estrechan la mirada y no se ajustan a definiciones certeras que actúen sobre la realidad.

Es imprescindible crear un nuevo pacto, con reglas claras, entre los responsables de generar pensamiento (la academia, los intelectuales, los trabajadores) y las desgastadas estructuras de los partidos políticos, regidas por lógicas electorales y acostumbradas a apagar incendios. Tal vez así se pueda enfrentar la compleja encrucijada de un país que, según el sociólogo Leal, está partido en tres: el Uruguay excluido (el que rompió con el pacto de convivencia), el Uruguay vulnerable (sectores medios) y el Uruguay de elite (que ya no comparte los espacios comunes, creando un corredor Montevideo-Punta del Este y el exterior). Y quizá también se pueda transformar el clima reinante que, tanto por los cambios planetarios como por la realidad circundante, redunda en una guetización cultural donde conviven, sin escucharse, los partidarios del “sálvese quien pueda”, los que pretenden reinstaurar la vieja armonía social, y los excluidos, que crean códigos de supervivencia.

En el plano cultural, concretamente, esto se traduce en cambios de la matriz, a partir de la incidencia de varios factores. En un reciente trabajo de investigación del consumo cultural en el Uruguay de hoy día, realizado por Rosario Radakovich*, se explicaba la incidencia de estos nuevos condicionamientos: “… dado que la matriz social se ha empobrecido y ha aumentado la fragmentación social, se postula que la cultura se transforma en uno de los intensos mecanismos locales de diferenciación y distinción social del período. En este sentido, los hábitos de clase siguen siendo relevantes para explicar los espacios sociales del gusto y las rutinas culturales, mostrando que la cultura es un factor no solo de equidad e integración sino también de desigualdad y exclusión”.

 

Educación, educación, educación

Paradójicamente, las condicionantes del comercio mundial y el buen manejo de la economía de los gobiernos de izquierda no pueden derribar la sensación de que se está en un estado permanente de emergencia. La emergencia más reciente es la referida a la educación. La interrogante estriba en cuándo y dónde se debe discutir lo esencial sobre los temas cruciales, discusión que redunde en un proyecto de país más allá de los eslóganes –“país natural”, “país productivo”, “país sustentable”–, y se eviten las contradicciones que se producen entre los diferentes enfoques cuando no reposan sobre un plan maestro. (La minería a cielo abierto; el puente sobre la laguna Garzón; el crecimiento horizontal de la ciudad, que barre con todo sin importar la riqueza patrimonial; etcétera, etcétera).

El reciente conflicto en la educación refleja claramente estas carencias, ante la arremetida de la directora del Liceo Bauzá (sin que se dijera nada nuevo) y los desbarajustes que generó el proyecto “Pro Mejora”. En ningún caso se escuchó decir, a las autoridades de la educación, cuáles son los conceptos que rigen las políticas referidas a la educación y la cultura. Tímidamente, se bordearon algunas de las problemáticas centrales: si educación para el mercado o educación para formar ciudadanos; o el señalamiento, como un factor negativo, de la creciente preponderancia de las estructuras corporativas. Que la realidad es compleja y contradictoria es ya sabido, pero ¿dónde están los técnicos en educación? El presidente, cuando en el acto inaugural de su gobierno proclamó “educación, educación, educación”, ¿tenía un proyecto estructurado?

Hay que dar a los educandos las herramientas actuales para que logren su futuro en el mercado de trabajo, pero también hay que cuidar la calidad de la democracia. El tema de la educación es motivo de discusión en el mundo. La educadora Martha C. Nussbaum* reflexiona al respecto: “Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a los jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva a la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales capacitados de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo”.

El reciente acuerdo interpartidario referido a la educación significa una buena señal, por el involucramiento de todos en el tema de mayor relevancia que tiene el país; pero no va a cambiar sustantivamente la realidad, por las limitaciones naturales implícitas en este tipo de acuerdos, y porque el espectro político actual no demuestra estar apto para resolver esa clase de desafíos.

 

No todo está perdido

La ciudad de Medellín era de los lugares de mayor conflictividad en Colombia, por la acción del narcotráfico y sus nefastas consecuencias (más de 30 muertes por día, droga, jóvenes sicarios, corrupción).

En ese marco, desde la Alcaldía de Medellín se creó un proceso de transformación de esta cruenta realidad, liderado por quien se desempeñó como secretario de Cultura Ciudadana de la Alcadía de Medellín, en dos períodos (octubre de 2005 a agosto de 2007), Jorge Melguizo*. Este comunicador y gestor cultural fue el responsable en primera instancia de imponer un discurso épico, que tenía a la cultura como el factor determinante a la hora de reconstruir una sociedad fragmentada. Para ello se crearon infraestructuras culturales de primer nivel en los barrios periféricos de la ciudad; él las llamó “trampas culturales”, porque actúan como espacios de contención y aprendizaje para una población vulnerable, en su mayoría constituida por jóvenes ociosos que eran atrapados por la acción del narcotráfico.

El año pasado Melguizo fue invitado, por las Direcciones de Cultura de las Comuna Canaria y de Montevideo y por la Facultad de la Cultura del Claeh, a dar un ciclo de conferencias. Allí contó cómo se instrumentó este cambio, que le valió el apodo de “pacificador de Medellín”. El primer impacto que se tiene es el de estar ante un auténtico líder carismático, con bagaje intelectual y con una gran capacidad de seducción, que maneja una serie de conceptos claros, que son el basamento de su accionar. “La política es muy importante para dejarla en manos de los políticos”, por ejemplo. Pero también explicaba que, cuando se construyen espacios de convivencia social, como las plazas comunitarias, estas “son muy importantes para dejarlas en manos de los arquitectos”. Culminó con un tema álgido en nuestro país: “el Estado es demasiado importante para dejarlo en manos de los funcionarios”. Desde su gestión, se convenció a sus congéneres de que la cultura es sinónimo de desarrollo y de cambio social, y se concretó la construcción de espacios de convivencia (bibliotecas, salas de exposiciones, equipamiento informático de alto nivel) que, a su vez, son el resultado de procesos de participación de todos los estamentos de la sociedad.

Más allá de las dificultades que implica la extrapolación de modelos, lo que deja la visita de Melguizo es la convicción de que la inversión en cultura, cuando es acompañada con capacidad de liderazgo, planificación y eficiencia en la gestión, es ineludiblemente el camino a recorrer si se quiere transformar la sociedad.

Las sociedades también compran su futuro a crédito, en la toma de decisiones y en la capacidad de repensarse, ante una realidad planetaria intrincadamente compleja.

 

*Slavoj Žižek (Liubliana, 21 de marzo de 1949). Filósofo natural de Eslovenia. Su obra integra el pensamiento de Jacques Lacan con el marxismo.

*Martha Nussbaum (Nueva York, 6 de mayo de 1947). Filósofa estadounidense. Sus trabajos se centran en la filosofía antigua, la filosofía política, la filosofía del derecho y la ética.

*Jorge Melguizo (Medellín, 14 de marzo de 1962). Comunicador social, gestor cultural, se desempeñó como secretario de Cultura y Ciudadanía de la ciudad de Medellín, en dos períodos.

*Rosario Radakovich. Licenciada en Sociología desde el año 1998, Diploma de Postgrado en Estudios Internacionales e Integración Regional (Facultad de Ciencias Sociales, UDELAR, 1999-2000). Recientemente editó un trabajo de investigación en el área de la cultura, Retrato cultural, Montevideo entre cumbias, tambores y ópera.