El color del tiempo. (2000)
Gerardo Mantero se sitúa en la mitad de su vida y observa al mundo como una necesidad impuesta por su tiempo anterior: el color a la luz de la experiencia transcurrida. La recurrencia de las figuras humanas masculinas y femeninas enfrentadas y bloqueadas se completa con un fuerte acento erótico en organicidades que sin embargo, no franquean una vía comunicativa entre ambos sexos. Una silla vacía reitera la ausencia o la espera de seres solitarios que no acceden al otro, tan próximo, pero tan inasequible en su espacio estanco. La densidad del color oscuro, con acentuaciones sobre violáceos, ocres y rojos, transformado en pura materia o herido en esgrafiados, fluctúa sobre el plano en líneas que se deslizan o deviene rígidas, limitando campos de acción o de inercia permitiendo, en ocasiones, pequeñas secuencia teatrales llevadas al lenguaje sintético del tebeo o desde la clave simbólica de los cuadrantes de un escudo, se iluminan en amarrillos abriéndose paso desde la oscuridad.
El peso de la imagen escenográfica, relacionada con la actividad periodística de Mantero, se hace notoria en varias de estas composiciones pictóricas, que podrían concluir en su visión personal del mundo como espacio de ficción en le que los individuos y los objetos sólo actúan en una dimensión irreal.
Gerardo Mantero se inscribe en la franja etaria de los artistas que podrían calificarse como “generación intermedia”, formada y surgida con escasos referentes en un periodo crítico de la historia uruguaya, sondeando en su orgulloso pasado plástico e intentando una difícil adaptación a los entonces nuevos conceptos vigentes.